Hace más de tres años que mis periodos vacacionales son
sumamente largos, dos o tres meses sin escuela contra mi semestre en la UNAM
que en verdad es cuatrimestre. Las vacaciones son esos periodos de tiempo donde
guardamos cientos de acciones y aventuras sin realizar. Los periodos escolares,
e incluso más la primera semana de clases, están llenos de propuestas, de
planeación para las vacaciones. Pasamos horas y horas con los colegas hablando
de los lugares a donde queremos ir, de los libros que vamos a leer, las
películas que ahora sí veremos, sin la molestia de las clases.
Me pregunto si un periodo vacacional será suficiente para
hacer todas esas cosas planeadas. No lo sé. No es que sea algo imposible de
descubrir, pero qué sería de nosotros si ya hubiéramos ido a todos esos museos,
si ya conociéramos el final de todos esos libros.
Tengo una lista de tareas a realizar que se aparece en la
planeación de cada periodo vacacional:
- · Leer de corrido Finnegans Wake
- · Ver un maratón de películas de Woody Allen, incluyendo Antz
- · Escribir cada semana en el blog
- · Ir a patinar en Reforma
- · Ver tres noticieros al día
- · Visitar un museo a la semana
- · Conocer todas las librerías de viejo del DF
- · Llevar a arreglar la bici
- · Entrar a un gimnasio
- · Pasar una semana sin abrir Facebook o Twitter (aceptémoslo, no se pueden los dos al mismo tiempo)
- · Leer un periódico entero, de cabo a rabo. Incluyendo aquellas notas que nos enojan por estar mal hechas
- · Darle una segunda oportunidad a Murakami
Sin embargo estas vacaciones las aproveché para reflexionar
en algo. Descubrí que son esas cosas que nunca hacemos las que le dan sentido a
nuestras vacaciones, el siempre tener algo que hacer es lo que le da sentido al
añorado día en que acaba el curso.
He descubierto que yo, como aquellos personajes de Andrés
Neuman, disfruto las cosas que no hago. El fin de las vacaciones llegará cuando el último punto de la lista se haya realizado.
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