“Cuando los héroes numerados saltan a la cancha,
lo que está en juego ya no es un deporte. Alineados en el
círculo central, los elegidos saludan a la gente. Sólo
entonces se comprende la fascinación atávica del fútbol
Son los nuestros. Los once de la tribu.”
JUAN VILLORO
Cuando uno tiene unas redes sociales tan diversas como mi Twitter y Facebook en temporada de reformas estructurales y Mundial de Futbol, es fácil encontrarse en el centro de discusiones inagotables. En esas discusiones es común identificar a los siguientes cuatro grupos:
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Pamboleros de corazón: Estos aman el futbol.
Todos los días, aunque no sepan en qué continente están los países en duelo,
ellos viven el partido: lloran, se enojan, brincan y bailan con cada jugada. En
los juegos de México son los más patriotas y al ver la camiseta verde con el águila mexicana les sale un grito de guerra que haría huir al tal Masiosare.
·
Revolucionarios: Estos odian el futbol. Al igual
que los otros, se la viven frente a una pantalla, la diferencia es que estos
están tuiteando el odio hacia el futbol, las conspiraciones que hay en torno al
Mundial y diciendo que todos deberíamos hacer lo que ellos no hacen por hacer
eso, protestar contra las reformas de Peña.
·
Indiferentes: A estos todo les vale un pito, o
al menos eso dicen. Sí, les encanta estar frente a la pantalla escribiendo que
nada les importa, que prefieren hablar con alguien más que ver el futbol, que
prefieren irse a leer a Joyce que hablar de política o futbol porque eso es
para “nacos” (aunque lo único que saben de Joyce es cómo se escribe y lo
supieron por Wikipedia). Podríamos decir que este es el grupo que peor me cae,
al parecer no les importa nada, pero se la pasan viendo qué ponen los demás
para escribir que eso no les importa.
·
El tercer grupo no tiene una etiqueta tan sencilla,
sólo puedo decir que somos lo del corazón partido. Nosotros disfrutamos de ver
todo desde el gallinero, con una vista más amplia y objetiva. Sufrimos los
golpes que echan de un lado para otro, pero tenemos la ventaja de también
disfrutar los triunfos de cada lado.
El futbol en causas
justas y en pro de la libertad de ideas
Cuenta Eduardo Galeano que en la España Franquista Santiago
Bernabéu definía así la misión del Real Madrid: “Estamos prestando un servicio
a la nación. Lo que queremos es tener contenta a la gente”, en esos mismos años
el presidente del Atlético de Madrid, Vicente Calderón, dijo algo que
complementaba lo dicho por su colega: “El futbol es bueno para que la gente no
piense en otras cosas más peligrosas”. Así ha sido durante muchos años, entre
dueños de clubes, televisoras, empresarios y políticos han convertido el futbol
en una herramienta de usos múltiples; para distraer y someter, para hincharse
los bolsillos de dinero, pero también para unir y empatar ideas como hizo el
gobierno vasco cuando mandó en el año 1937 al equipo Euskadi a Francia y a
otros países para hacer propaganda y recaudar fondos.
Otro de los momentos que más me han impactado de la historia
del futbol y que me hace disfrutar más el ver un balón en la cancha es cuando
en 1994 se promulgó en Brasil la Ley Pelé, que da libre albedrío a los
jugadores para elegir el equipo con el que deseen jugar, y que obliga a los
equipos soltar a los jugadores en cuanto su contrato termine.
Historias como las de arriba hay muchas, también hay otras
macabras, pero si no exploramos e intentamos ver más allá del odio hacia el
balón mágico que hipnotiza a las masas, quedaremos igual de hipnotizados por un
odio sin sustento.
¿A qué viene tanto
hablar de futbol y de dónde me salió el interés?
Sólo una vez he jugado fútbol y fue un acto de mero
masoquismo, pues esa mañana me había esguinzado un dedo del pie izquierdo.
Lejos de esa mañana de masoquismo brutal, nunca me ha interesado mucho el
futbol, siempre creí que era algo más de hombres y que por eso no lo conocía,
ya que en mi casa el único hombre era yo.
Con el tiempo le fui agarrando interés al asunto, me pareció
impresionante que grandes personajes fueran fanáticos del futbol, personajes
que a mi parecer de “revolucionario” de prepa no debían tener ni el más mínimo
interés por algo tan absurdo. Después de esa sorpresa empecé a leer lo que
personas como Eduardo Galeano, Juan Villoro, Eduardo Sacheri y Martín Caparrós,
entre otros, tenían que decir sobre el futbol, sobra decir que me gustó y que
me convencieron, que en el mundial actual he visto un montón de partidos y que
más de uno he llegado a disfrutar.
Después de estar en los dos bandos principales de esta
historia, puedo decir que lo mejor es estar viendo todo desde el gallinero,
como lo hacía José Saramago en el Teatro de la Ópera cuando, siendo su familia
muy pobre, un amigo de su padre lo dejaba entrar al teatro en Lisboa a ver y
escuchar los actos desde el gallinero, donde él podía observar las verdades del
teatro, ver todos los ángulos y descubrir que hay más allá; así también hizo
Saramago en su última novela publicada que en realidad es la primera escrita, Claraboya, donde el narrador ve por la
claraboya de un edificio la vida de sus inquilinos y conocer los ángulos de su
vida y pensamiento.
Creo que podemos disfrutar el futbol como disfrutamos una
película, una buena serie, o un libro, sin olvidarnos dónde estamos, sin
olvidar que los problemas del país siguen aquí con o sin gol, con los pies bien en la tierra.
Uno de los problemas más grandes de la izquierda mexicana es
que lo primero que buscan con los demás es encontrar en qué cosas no están de
acuerdo. La palabra italiana que define al fanático de futbol es “tifoso”, alguien infectado e incurable,
los que somos de izquierda o no, pero que hemos entendido la gravedad de las
reformas de Peña Nieto debemos buscar la forma de hacer que los enfermos de
futbol se interesen en más cosas, sin quitarles eso que ya está en su sangre,
pero añadiendo algo que los hará más críticos ante el mundo que nos rodea como
futbolistas a un balón en plena cancha.