"La violencia está en el alma del DF. No hay que buscarla, ella te encuentra. Se aparece. Anda suelta. No es una cosa nueva, (…) pero en los últimos años se ha nutrido de lo peor de nosotros mismos y del terrible horror profesional de algunos otros. Ha dejado de ser un accidente personal, o una ocasional decisión del poder. Hoy, la ley de probabilidades, apunta contra uno. (…) [Es] la fiesta de la barbarie. La desesperación de la miseria llevada al nivel de la locura temporal. (…) Esta ciudad no me la han contado, yo la he visto.” Paco Ignacio Taibo II
Han pasada ya cuatro años desde la primera
y única vez que me han asaltado en la ciudad. La técnica fue buena. Eran las
14:30 horas de un jueves, un corredor lleno de árboles, iluminado por el
abrasador sol que gobierna en la ciudad. A mitad del corredor un muchacho de
aproximadamente unos 19 años me preguntó cómo llegar a Taxqueña, se sentía
perdido, no sabía dónde estaba, las obras por la construcción del nuevo metro
lo habían llevado a extraviarse y se sentía asustado. Más de una vez me he
sentido perdido, a veces me gusta, muchas otras no. Decidí ayudar al muchacho,
le indiqué por dónde caminar para encontrar un bus que lo llevara a su destino,
cuando me quise despedir él ya tenía un gran puñal frente a mí a la altura de
mi cuello.
Mi asalto fue sencillo, no hubo peligro
mayor, entregándole todo lo que tenía me liberaría de una paliza segura. Años
antes mi propia madre fue víctima de algo más grave. Una noche al salir de una
eterna cirugía tomó un taxi para ir a casa. En el semáforo que siguió al
hospital tres hombres entraron a la fuerza en el taxi, el taxista era uno de
ellos, todo lo habían planeado, era uno de esos “secuestros exprés”. Para ella
el evento fue algo traumático, desde entonces sus taxis siempre son de sitio y
procura no salir tarde de casa.
Hoy me han puesto en un dilema. Llegué a
casa y antes de subir me quedé platicando en el auto de la persona que me
trajo, mientras platicamos vimos cómo un taxi se detuvo frente a casa y dejó a
una chica, todo parecía muy normal hasta que la chica se acercó, con lágrimas
en los ojos y una cara destrozada la chica nos pidió auxilio –Ayuda, por favor.
Me han asaltado– no supe que hacer, circulaban por todos lados historias en que
la gente finge ser asaltada para asaltarte a ti, también quedaba el referente
de mi asalto. Sólo me quedó sacar el celular y llamar a la patrulla, informar
de todo lo que había sucedido, decirles que la chica necesitaba ayuda y que no
me quería arriesgar a un asalto más. Después de tres minutos la policía no
llegaba, me sentía mal. Encendí el auto y decidí ir yo mismo por la policía. No
habían pasado ni diez minutos cuando la policía, los vecinos con sus perros y
nosotros estábamos con la chica, ya sin miedo a un posible asalto disfrazado
siniestro a una chica. Ella fue obligada tener sexo oral con el chofer, la
despojó de sus posesiones y la arrojó lejos de su casa, donde ella no tuviera
opciones para pedir auxilio.
La ciudad no está blindada contra el
crimen, el que no nos encontremos cuerpos colgados en los puentes, como hace
dos años en Guadalajara, no significa que estemos exentos de criminales. Han llegado a mí
muchas historias de robos en taxis, en taxis que no están bien regulados por el
gobierno. ¿Cuántas personas más deben ser secuestradas? ¿Cuántas chicas más deben
ser obligadas a lamer el grotesco falo de un taxista degenerado? ¿Cuánto tiempo
pasará para que la gente pueda vivir tranquila otra vez?