Los converse mojados reposan en
los pies del otro asiento, mis pies todavía con algunas gotas y temblando de
frío buscan abrigo bajo el tapete que en las esquinas dice “Ford”. Escribo con
la tenue luz del Ikon que me lleva a casa de mi madre, no sé bien cómo llegar,
pedí un Uber y los dos, chofer y yo, confiamos nuestras vidas al GPS que nos
hace navegar por una ciudad inundada.
Las recientes protestas contra
Uber son las que me han llevado a sacar mi pluma fuente y mi pequeña Moleskine
morada en medio del tránsito de Insurgentes. Llevo más de siete meses usando el
servicio de Uber y lo que más me gusta de ello es la seguridad que me da cada
viaje.
Ya lo he contado en otras ocasiones,
pero la situación a la que se enfrenta la Ciudad “progresiva” de los chilangos
y su transporte púbico me lleva a tener que escribirlo otra vez. Hace varios
años, cuando era más niño de lo que sigo siendo (aunque ahora con barba), mi
madre sufrió un secuestro exprés en un taxi cuando salía de madrugada de una
cirugía de varias horas. No sé si era un taxi pirata o legal, no sé si robaban
por necesidad o por pura mala leche, no sé si aquellos maleantes siguen
haciendo de las suyas o ya fueron atrapados, no sé si siguen vivos, no sé si me
he subido alguna vez a ese mismo taxi pero con mejor suerte que mi madre; lo
que sí sé es que las horas de angustia que vivió mi madre y el miedo que yo
sigo sintiendo cada vez que ella se sube sola a uno de esos vehículos ahora
rosas, nos cala en los huesos y nos hace recordar lo vulnerables que somos.
Después de darle un buen susto,
sacarle el dinero que traía suelto y en las tarjetas, los asaltantes (o
secuestradores de un ratito) la botaron lejos de toda civilización. Hace un par
de años me tocó ver cómo bajaban a una chica de un taxi mientras el Tsuru con
luces neón salía volando. La chic se acercó al auto en el que estaba y pidió
ayuda desesperada. El taxista la había obligado a hacerle una felación mientras
daban vueltas en el auto, le quitó su celular y el poco dinero con el que
viajaba para dejarla lejos de su destino.
¿Es necesario que relate más
anécdotas del horror para entender por qué yo y muchos otros usamos Uber? Uso
Uber porque sus autos son limpios, uso Uber porque puedo leer cómodamente en
sus asientos, uso Uber porque no sé cómo llegar a muchos lugares, uso Uber
porque en ellos puedo montar a amigos ahogados en alcohol con la seguridad de
que llegarán con bien a sus casas, uso Uber porque en ellos puedo escribir, uso
Uber porque aunque suene a lugar común “lo barato sale caro”. Uso Uber porque,
como ahora, he llegado fácil y rápido a mi destino con la tinta a salvo.
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