Experto escritor y
teórico de lo fantástico, David Roas, fue invitado al Primer Coloquio Internacional
de Literatura Fantástica organizado, entre muchas otras instituciones, por la
Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad del Claustro de Sor
Juana y la Universidad Iberoamericana. Aprovechando el viaje, Roas ofreció a
manera de zombi (aunque mucho más hábil) entrevistas para promocionar su nuevo
libro “Bienvenidos a Incaland” publicado por la española Páginas de Espuma y
distribuida en México por Colofón.
“Bienvenidos a
Incaland” ha sido catalogado por diferentes reseñas en España como un libro de
viaje, una novela fragmentaria o un libro de cuentos. En este libro, que para
su autor es de cuentos, cada relato traspasa los límites del género, y un
personaje (que es el mismo Roas) explora el Perú moderno encontrando en la
“realidad” lo “fantástico”.
Contrapuntos entre la
crítica al turismo consumista del capitalismo y el humor fino van entre las
líneas de los relatos donde un mafioso Vargas Llosa busca a los ladrones de la
máquina de escribir con la que hizo La
ciudad y los perros, una niña que sólo pide un dólar por una foto
accidental con una llama (o alpaca), y el horror del tráfico en Lima. Un libro
que sin duda nos lleva a conocer los límites de lo real ficticio y el género
tan demeritado del cuento.
¿Viajas o vives
pensando en lo fantástico?
Yo creo que voy buscando, y no sólo al viajar. En el día a
día siempre llevo la libreta abierta y me asaltan cosas, o voy buscando cuentos
o esperando a que pase algo. A mí me interesa mucho el mirar, el cómo mirar
para estar atento a las cosas extrañas que pueden ocurrir. No fui a Perú con
una idea preconcebida de lo que iba a encontrar ahí, fui porque me invitaron a
dar unas charlas con el Centro Cultural de España y yo agregué algunos lugares
como Machu Pichu. Me pasaron tantas cosas que fue inevitable que se convirtiera
en literatura. En México no he tenido tiempo de ver nada, pero de todas formas
yo estoy siempre con el radar.
¿Dónde están los
límites de la realidad? ¿Existe lo fantástico o hay que inventarlo?
Mi idea de lo real, que es lo que más he trabajado en mi
parte académica, es que la realidad existe no creo que sea una ilusión. Es una
construcción que hacemos entre todos porque no tiene sentido, el espacio en el
que habitamos es un caos absurdo y loco, y nuestra idea sobre el mundo la
proyectamos sobre ese caos y buscamos que más o menos tenga sentido, la
literatura es una forma de dar orden a la realidad. En el fondo, dentro de esa construcción
ya sea falsa o verdadera, hay límites y tú sabes que hay cosas que pueden pasar
y cosas que no. Tú mismo ahora no puedes levitar, si levitaras estaríamos en lo
imposible. Ahí es donde está el límite entre lo fantástico y lo real. Entre la
ficción y la realidad yo creo que tenemos una visión quijotizada del mundo,
nosotros ya no vemos la realidad desde un modo puro o inocente, sino que la
vemos desde la ficción. Te pongo un ejemplo, voy por la calle y me pasa algo
extraño y ya no digo “¡uy, qué cosa tan rara!”, digo “esto parece sacado de
Twilight Zone, o parece sacado de un cuento de Lovecraft…” Y fíjate que si tú
ya no comparas la realidad con la realidad, sino la realidad con la ficción, es
que la realidad y la ficción se están mezclando. Nunca he defendido esa idea de
la posmodernidad de que todo es ficción y que ya no existe la realidad, no, hay
una realidad construida (conjetural, diría Borges), y una ficción y tú sabes
dónde está cada una; pero que la una y la otra se está infectando mutuamente,
claramente. A veces esperamos que la realidad funcione como la ficción o al
revés. Consumimos tanta ficción que creo que es imposible que podamos ver la
realidad desde una visión objetiva o neutral.
Pero hay un contrapunto
¿no? En la vida esperamos lo maravilloso, pero cuando uno escribe ficción
espera que parezca verosímil.
Evidentemente. Esto es un tópico, pero es algo que siempre
planteo con mis alumnos, y es que dentro de todo hay un grave problema, que la
realidad puede ser inverosímil, pero la ficción nunca. La ficción tiene que ser
siempre verosímil, tienes que creerte lo que escribes. Lo de “la realidad
supera la ficción” no es una tontería, porque la realidad puede ser como sea,
no tiene normas y por eso es un caos, la ficción para funcionar tiene que ser
verosímil dentro de su propia verosimilitud, obviamente que un hombre vomite
conejitos… con Cortázar funciona dentro del texto, es imposible y extraño, pero
el texto lo que tiene que hacer es convencerte de que eso puede pasar.
Existen varias
realidades ¿no? Cuando Monsiváis hablaba del realismo mágico, decía que los
europeos le habían puesto así porque desconocían esa realidad, pero en la
realidad latinoamericana está tangible esa parte de lo real maravilloso.
Claro, es algo inevitable. Cuando doy cursos en mi
universidad, la suerte que tengo es que hay gente de varios países. Recuerdo un
año en que di un curso de pura teoría de lo fantástico y llegó el momento del
realismo mágico; ahí de dividió el grupo, los españoles, franceses, argentinos
y mexicanos veían lo fantástico desde una visión europea, pero salió un
venezolano que nos dijo que eso del realismo mágico es algo que sucede en el
día a día de Venezuela; ahí yo tuve que hacer un alto y decir que es válida la
visión maravillosa y todo, pero venga, que no existen los fantasmas, científica
y lógicamente es imposible que existan. Lo que hace el realismo mágico, y que
me parece maravilloso, es convencerte de que realidad e irrealidad conviven,
algo que en lo fantástico no sucede. Cuando tú estás viendo una película
fantástica lo que buscas es el problema o el conflicto, en el realismo mágico
no hay conflicto porque armonizan. Que eso sea real… para mí es ficción y sólo
sucede en la literatura. Soy un escéptico y lo que escribe García Márquez no
pasa en realidad en Colombia. Pero sí depende de la mirada y la construcción
del mundo que tú haces.
Justo en esto me
gustaría ahondar. Tú eres un gran teórico, pero al mismo tiempo escribes ¿no es
necesario que te lo creas para poder escribirlo?
No. Más que creer, es falsamente créetelo para poder
escribirlo. Pero yo no me lo creo, tengo mi literatura fantástica, pero jamás
escribo desde la creencia. Lo que a mí me sirve es jugar con los límites para
plantearle al lector mi visión del mundo, que es un mundo caótico, absurdo
donde no hay sentido y lo que hago es revelar el caos. Para mí lo real es lo que
hay, y lo fantástico lo que me está diciendo es que lo que hay no funciona.
Hasta los más posmodernos como Iwasaki escriben de eso, caos. Escribe o móntate
una religión, una ciencia o una filosofía, pero lo que hay es caos y nunca lo
vas a entender. De algún modo lo fantástico me sirve para eso, por eso escribir
desde la creencia no, escribir para que el lector mientras lee mi texto se crea
que ese personaje en Incaland va a las ruinas de Sacsayhuamán y lo que está
viendo, mientras se asoma y pasa una nube, es el Cusco de 1500. Ese es el juego
para demostrar cómo se pueden romper esas convenciones de realidad.
El problema es ¿qué hago yo siendo Jekyll y Hyde, siendo
teórico y escritor al mismo tiempo? Pues tratar de que no se peleen mucho, que
colaboren entre ambos. Lo interesante de la literatura es que se salte todas
las convenciones que puede haber.
En una entrevista que
te hicieron en España sobre este libro dijiste que habías buscado romper los
límites del cuento, ¿cuáles son esos límites?
Eso fue un poco de osadía porque no soy el único ni el
primero. Fue una especie de planteamiento, porque estoy cansado de esa idea de
que la novela (todavía existe esta idea en España) es el hermano mayor del
cuento, o que ya que has alcanzado un nivel de escritura con los cuentos tienes
que saltar a la novela. Cuando publiqué la única novela que he hecho
estrictamente como novela que es La
estrategia del koala, dos colegas míos me dijeron “¡Hombre, ya te has
pasado a la novela!” y yo les contesté que no me había pasado a nada, que era
un cuentista que tenía ganas de escribir algo largo porque no era un cuento y
experimentar un poco. Pero el cuento es lo mío, yo creo que la novela sí te
permite muchas cosas, pero el cuento es apto para casi cualquier cosa. Pero lo
que yo busqué con Bienvenidos a Incland,
era romper con todo lo que uno espera cuando lee un libro de cuentos. El hecho
de que unos lo hayan leído como novela, otros como cuentos, libro de viaje o
crónica, es la muestra de cómo se pueden romper y mezclar los límites de los
géneros. El cuento sirve para experimentar más que la novela, porque la
extensión de la novela no te permite lo que puedes hacer en 10 páginas, yo
pienso en Borges y una novela de Borges sería lo más insoportable del mundo, el
nivel de exigencia para el lector en conocimientos y lenguaje…es imposible. La
novela te permite otras muchas cosas, uno no es mejor que el otro. El cuento es
un arma de experimentación masiva. A mí me ha permitido usar una factura o el
libro de escolaridad para crear un cuento.
En Bienvenidos a Incaland también hay una crítica a la masificación,
al turismo capitalista.
Sí, por eso desde el principio el título del libro es ese. El
libro tiene su dimensión crítica y eso a mí me gusta, que la literatura
fantástica sirva. Hay quienes piensan que lo fantástico es evasión, para mí no,
con lo fantástico estás constantemente pensando en la realidad. Yo quería que
el libro reflejara lo que yo sentí. Cuando yo vi Cusco quedé impresionado con
el hipermasificado espacio de turistas, y de turista tonto que tiene que estar
ahí para hacer su foto de la Plaza de Armas; y cuando yo la vi así de inmensa y
llena de tiendas, de negocios de cambio de divisas y recuerdos, y cómo la gente
sólo se movía por ahí sin conocer el resto de la ciudad. Me di cuenta de que
estaba rodeado de zombis que nada más daban vueltas por ahí y que cuando
regresaran a sus casas, Cusco sería para ellos un montón de fotos y videos y
algunos recuerditos. Hay una nota al pie en el libro donde aviso que unos meses
después de mi viaje abrirían un Mc Donald’s y un Starbucks ahí, qué mayor
prueba del consumismo y el capitalismo que esa. Una plaza que es alucinante y
que estoy seguro que la gente ni la ve, se hacen la foto y se regresan por un
café al Starbucks. Tampoco quise hacer los cuentos en un tono político o como
panfleto, pero aprovecho el humor y la ficción para hacer una crítica entre
líneas. El turista en el fondo es ese ser que vaga por las mismas tiendas y
sitios para después volverse a su casa, como zombis.
Pareciera que en las
reseñas que han hecho te Bienvenidos a
Incaland no lo califican como un libro de literatura fantástica porque no
hay un elemento de terror, ¿es necesario en la literatura fantástica el terror?
El libro es muy variado, dentro de todos los relatos que
tiene yo creo que sólo tres son estrictamente fantásticos. Mi idea de lo
fantástico, aunque me interesa mucho el monstruo y en el Coloquio al que he
venido hablo de eso, va más de lo fantástico cotidiano. Me interesa mucho ese
momento en que la realidad hace un clic y deja de funcionar como esperas, y es
ahí donde yo veo lo fantástico. Revisando, yo creo que sólo tengo dos cuentos
con el elemento del terror o monstruos, uno con un vampiro y otro sobre el
doble. Yo creo que el elemento fantástico es la inquietud, la creación de un
miedo metafísico, porque cuando se rompen las expectativas que tienes de la
realidad te quedas en el vacío. En este libro domina más lo
grotesco-humorístico porque había situaciones tan extrañas para mí que había
que contarlas de un modo absurdo, exagerándolas a veces pero con un punto de lo
absurdo respecto a la realidad. A veces el asombro va lo fantástico y a veces
al humor.
Y los monstruos que
plasmas son reales como el Vargas Llosa mafioso o la niña que te persigue.
Claro, ahí era la idea de cómo el ser inquietante es el
monstruo a final de cuentas, sin necesidad de algo fantástico. También es la
forma de relacionarse con esos monstruos. Aquí era el monstruo de la
literatura, el estar en Perú y que no apareciera Vargas Llosa… pero de ninguna
forma es un ataque contra él, pero cuando vi una exposición sobre él con una su
máquina de escribir yo dije “¡Qué mierda importa la máquina de escribir con la
que Vargas Llosa hizo La ciudad y los
perros”, quedé tan impresionado que de ahí salió un cuento, aunque el
cuento en realidad va de la amistad y la noche de juerga loca con Los Simpson
de fondo. Pero no es irrespetuoso, sólo es terrorismo cultural.
¿Y piensas seguir
escribiendo libros como este?
Fíjate que este libro lo escribí prácticamente a la vez que
escribí esa novela ambientada en Galicia que también es un viaje, de algún modo
uno a otro se fueron perturbando. Pero justo ahora estoy escribiendo un libro
de cuentos donde no hay un viaje como tal, pero sí estoy tomando notas de un
lugar a mitad de Suiza. Así, sin quererla, va a salir la trilogía de viajes. Me
interesa mucho ver otros lugares sin ser local, jamás escribo desde lo local,
mi literatura es completamente sin espacio.
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